Memorias
Luego de más de cuarenta años, ayer me encontré por pura casualidad con un amigo de la infancia del que no sabía desde entonces. Al principio, luego de los saludos protocolares y los consabidos y ¿Qué ha sido de tu vida?... comenzó a compartir conmigo su muy breve biografía. Me contó de cómo logró su doctorado en no sé qué, su entrega total a su profesión, cuánto dinero había acumulado, el tipo de auto que conducía, de cuáles diseñadores era su ropa, donde vivía, etc., etc., etc...
Como es de suponerse llegó el momento del: ¿Te acuerdas de? ... aún no salgo de mi asombro, el fulano no recuerda prácticamente nada de su niñez o juventud, sus recuerdos le abandonaron, sus memorias caducaron, pude notar con toda claridad en la expresión de sus ojos que había un gran vacío en su recuerdo, pareciera como si de algún modo algo o alguien le hubiese extraído en menoscabo suyo, todo cuanto vivió. Aquel ser era un ser hueco, sin resonancia, no respondía a ningún estímulo de aroma del pasado, no recordaba escenas de su niñez, era un cúmulo rebosante de banalidades sin forma o propósito alguno. Mientras continuaba nuestra conversación pude ver en su mirada la hambruna, la sequía, el edificio sin muebles que era; pobre figura envuelta en telares anacrónicos de diseñador francés. Él prosiguió con su tonta retórica de sus posesiones materiales mientras yo le escrutaba con ojo de laboratorio. Me espantó lo que veía, de inmediato me puse en su lugar, me dio mucha lástima su pobreza de carácter, su irremediable indigencia, su extremo estado paupérrimo en la selección de su opaco e impreciso vocabulario, sus profundas e infranqueables lagunas mentales. Fue entonces que comprendí el monto de mi fortuna, la libertad de mi espíritu, la dicha de poder viajar a puro capricho no solo por mi pasado, sino también por el pasado y circunstancias de tantos personajes conocidos de la historia universal. Lugares a donde he ido, lugares de los que he leído, experiencias propias y también las ajenas que he hecho mías, propias, a fuerza de revivirlas, íntimas. De cómo puedo volar a donde me interese estar en el momento que sea. Hablar y compartir con las gentes más humildes que de alguna forma tuvieron su influencia en la formación de mi carácter y forma de ser. Compartir con los grandes genios y paladines de la historia del planeta, revisitar lugares, acontecimientos y hechos, a mi antojo y voluntad. Revivir los domingos más extensos jamás imaginados, llenos de fragancias y cromatismos que vuelvo a disfrutar, tan frescos y claros como en el momento en que se dieron. Vuelvo a ver películas que me marcaron, melodías que me pusieron la piel de gallina, que me hicieron llorar, con el llanto amargo de la desilusión. Puedo palpar el aroma del pan recién horneado en el viejo horno de ladrillos centenarios. Vuelvo a ver las ánimas que desandan las solitarias calles de mi pueblo, escucho los pregones del vendedor de huevos, del famoso bizcochuelo, de las bolitas de coconé y pirulís, pastelillos de huevo, alcapurrias recién salidas del fogón, el concierto matutino de los gallos en la Calle de los Galleros. Me vuelvo a sentar en la misma silla de alambres retorcidos de la misma barbería de siempre, justo enfrente de la plaza, vuelvo a escuchar las mismas historias de las hazañas de nuestros héroes domésticos. En la plaza de los gigantescos árboles de laurel de la India, a su sombra, observo a los empleados de las mueblerías mientras desenrollan los cilindros de linóleo de impresos variados, de paleta de pintor. Las fuertes campanadas del mediodía me sacan de un tirón del embeleso en que me encuentro, me devuelven a la realidad del hoy y, con la humildad de un perro hambriento tengo que reconocer el inimaginable valor de mi inmensa fortuna, tesoro que me permite acrisolar cuanto sucede hoy. Pues no, no vivo en el pasado, pero mis memorias y vivencias, propias o ajenas, me permiten aquilatar los sucesos que nos acontecen, puedo, con mayor precisión, valorar, tasar con justa precisión, lo que observo, pues tengo un marco de referencia amplísimo gracias a esos recuerdos y vivencias, repito, propias o ajenas, qué importa. Cuanta tristeza me causa observar a mi amigo en ese espiral violento que debe ser el vivir desmemoriado, sin marco de referencia alguno, sin poder determinar de dónde vengo y por consecuencia, quién soy…
W. Socio
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