lunes, 4 de enero de 2021

MIGUEL MARICHAL. POR WILLIAM HERNÁNDEZ

 Creo que por las carreteras de Puerto Rico no transita ni siquiera una de esas emblemáticas guaguas Volkswagen sin una mucho más emblemática bandera de Puerto Rico.

¿Alguien se habrá preguntado el por qué de este fenómeno?

Es posible que toda esa juventud que acicala su guagüita para los paseos domingueros a lo largo y ancho del archipiélago puertorriqueño y que les engalana con la corona de nuestra bandera,  lo hagan, si con el orgullo de lo que representa para ellos esa bandera , pero con el total desconocimiento de la raíz de esa costumbre.

Ese fenómeno está tan arraigado en la subcultura de los guagüeros, que lo practican y ya, sin preguntarse jamás la razón para ello. Algunos piensan que pasear en uno de estos vehículos sin el blasón patriótico representa un serio sacrilegio y ofensa a los principios que rigen su subcultura; pero repito ¿por qué lo hacen?... ni siquiera sus ministros plenipotenciarios, aquellos que dictan la fecha, lugar de encuentro, salida y destino de esas atractivas caravanas, lo saben.

Pero resulta que habiendo nacido y atestiguado la llegada de la primera de estas transportistas alemanas a la calle San Justo de Quebradillas  y haber visto cómo se paseaba en la ruta de Quebradillas a Isabela, discurriendo con la cadencia y pomposidad de toda una reina, precedida siempre en cada festividad patria, por la monoestrellada, por la vieja 113, se convirtiera sin proponérselo, con el paso de los años como cómplice, en parte esencial y endémica del escenario del Guajataca. 

Si, el haber sido testigo del nacimiento de tan aparentemente inocente pero férrea y determinada tradición, me faculta para establecer y aclarar para todos, el surgimiento de algo que su autor jamás imaginó fuese a calar tan hondo en las nuevas generaciones, costumbre que habría de convertirse en asunto icónico para los que lo practican, aún desconociendo su significado.

El creador de esta aparentemente inofensiva costumbre,  fue un hombre de muy escasa estatura física, pero de convicciones y principios de estatura ciclópea. Conmemoró, sin falta, toda y cada una de las efemérides patrias. Nunca rehusó el consabido debate sobre política en la oficina de Moncho Chávez. Caminó la procesión de Viernes Santo, siempre ataviado de un elegante traje de dos piezas gris carbón, chalina con matices púrpura, camisa blanca, en extremo rígida por el almidón y zapatos color marrón.

Las monturas de sus espejuelos, nos preguntábamos dónde las compraría, puesto que habiendo pasado de moda décadas atrás él siempre las lució como quien luce un auto último modelo.

Recuerdo además la coincidencia de un comercial que para esa época anunciaba esa marca de vehículos con el eslogan de “ Un pequeño gigante” en referencia al escaso tamaño del auto y de sus innegables capacidades. Jamás sospecharon los avezados publicistas que estaban describiendo con su eslogan al propio Miguel Ángel Marichal Ramos. Persona muy querida por los que tuvimos la gracia de crecer con él. Miguel tenía sueños de Quijote, añoraba una patria libre y soberana, un nuevo país, donde se nivelaran las riquezas o pobrezas. Donde no se persiguiera a quienes amaban su patria por encima de todo. Donde se diera el nacimiento de un nuevo hombre...

Por ello Miguel no perdía oportunidad para pregonar sus creencias y convicciones. Por eso adoptó la costumbre de desplegar en su guagua VW de pasajeros, la bandera que inequívocamente le definía como auténtico patriota. Por eso lo hizo consecuentemente y sin faltar, por varias décadas, en cada celebración de las fechas que él consideraba que había que llamar la atención hasta de los desentendidos.

Fue tal su persistencia en el despliegue de la bandera patria, que en algún momento, algún joven hizo lo propio con su atesorada VW, luego otro y otro y otro... hasta el punto que a nadie en nuestra Isla se le ocurriría salir de paseo en su VW de pasajeros sin enarbolar la insignia que nos identifica como puertorriqueños.

Como dijera, Miguel tenía sueños “ quijotescos”, soñaba con un país diferente, no estaba conforme con lo que le había heredado. De seguro, en algún momento, debe haberse preguntado, qué podría hacer él para cambiar el rumbo que llevaba su país, es muy probable que además haya tenido dudas de si él, tan escaso en estatura física, proveniente de uno de los pueblos territorialmente más pequeños, de su  pequeña patria, pudiese hacer algo para que se diera el cambio.

Quién hubiese podido convencer a Miguel de que un día absolutamente todas las VW de pasajeros de su patria habrían de recorrer las carreteras del país enarbolando su amada bandera, aunque quienes lo hacen desconozcan el por qué de lo que hacen.