domingo, 20 de septiembre de 2015

DON JUAN HEYLIGER POR WALDEMAR VIVES





                                                                                     JUAN HEYLIGER

20/9/2015


Mi hermano Papo me pidió escribiera unas notas acerca de Don Juan Geliga. Geliga porque así lo pronunciaba aunque se escribe Heyliger y su origen no está muy claro. Para muchos Don Juan era “Mayagüez” o  el “Negro Juan” como lo llamaba Guillermo Venegas Lloverás  y mucho de sus amigos. Fue el único abuelo que conocí porque pocos  años después de nacer murió Cachucho, el abuelo paterno y a Maíta, la abuela materna, aunque que la conocí nunca tuve relación con ella que pudiera dejar huella.

Don Juan media unos 5’7” de estatura, no era flaco pero tampoco obeso, era más bien fibroso como un roble producto quizá  de toda una vida trabajando la madera, primero en su taller de reparar coches y más tarde como carpintero y rustico ebanista.  Vestía siempre de colores claros, camisa por dentro con todos sus botones cerrados, hasta el cuello. Y claro está, un sombrero de lana, de los finos, de los buenos, quizá el único lujo que se daba. Siempre tenía un sombrero del diario y uno en su caja, nuevecito. A mí me gustaba abrir aquella caja redonda donde me aguardaba un fino sombrero gris oscuro o marrón. Y lo extraño era que me encantaba el interior del sobrero, no su exterior de seria lana peinada, porque era, creo, de seda brillante y con su sello de marca que la verdad no puedo recordar. Ese gusto de Don Juan por el sombrero quizás creo en Papo ese gusto por los sombreros, mientras más extraños mejor.

Sus camisas eran de manga corta que permitía ver sus fibrosos brazos y su color negro más bien de mulato claro. Le gustaba decir orgulloso que era NEGRO y de poca educación formal, solo llego al segundo grado.

Para ser un hombre negro tenia facciones finas, nariz pequeña y perfilada, labios pequeños y pelo que podríamos decir lacio. Dicen que su padre era un cochero de tez blanca de ahí quizás su herencia. Su madre era negra de nombre Rosenda y he oído contar que había sido esclava y que celebro en la plaza de Quebradillas la libertad de los esclavos. De ahí su color del que siempre estuvo orgulloso, Negro Soy Pero Te Quiero … su canción de presentación. Sus ojos eran pequeños y a mi recuerdo no muy expresivos. De caminar ligero y firme  como nuestra madre. La imagen que más recuerdo de él es cuando siendo niño lo veía bajar resoluto del Rabo del Buey seguido de Nardo  mi tío, augurio de males en la casa de los abuelos.

El rasgo más distintivo de Don Juan era su personalidad, todo un personaje. A mí me fascino tremendamente y pase largas horas de mi niñez con él. Sus cuentos  e historias eran divertidas, jocosas y hasta misteriosas. Contadas con tal picardía que las oí cientos de veces sin aburrirme. Siempre contadas exactamente igual, en esa época me las sabía de memoria pero había que escucharlas de su boca con su gracia histriónica, su picardía, su lenguaje poético lleno de imágenes para decir de otra forma lo que era evidente. No puedo olvidar su frecuente,  “Luz el barco navega en aguas tormentosas y este Capitán ya no puede mantener su rumbo” o algo parecido porque han pasado demasiados años para recordar exactamente la frase. Solo para decir tengo problemas con tus hermanas. De esas historias hablare con detalle pero no ahora.  

Mis experiencias diarias con Don Juan empezaron cuando empecé a ir a la escuela, primer grado, porque el kínder lo cogí con Miss Deliz en el atrio de la Iglesia. Por esa época estudiaba hasta cerca de las tres la tarde y me iba a casa de mis abuelos en lo que Doña Luz llagaba de trabajar en la fábrica. Don Juan siempre estaba en algún proyecto, arreglando un mueble, dándole mantenimiento a la casa o algún vericueto en el taller. Mi diversión, en vez de irme a jugar era acompañarlo en sus tareas. Siempre he sido de la idea que ver trabajar a un artesano, carpintero, agricultor, mecánico o cualquier obrero diestro es una de las diversiones más satisfactorias que puede haber. Creo que a Don Juan le gustaba mi compañía y no se molestaba. Casi siempre me hacia historias de su juventud como soldado en el viejo San Juan y como por su disciplina pronto ascendió a sargento, asunto que lo enorgullecía grandemente. Por esos tiempos en la Capital aparentemente se enamoro del teatro y otras artes. A pesar de tener poca educación formal gustaba de la música y el teatro. Cuenta mi hermano Papo que con Baby Luciano y otros amigos monto el  Juan Tenorio a lo Juan Geliga. También llegue a ver los restos de lo que fue el Danubio Azul, un night club que tuvo en la calle San Justo.

De todas mis experiencias con él lo que más me apasionaba era oírlo contar historias picaras de las travesuras que hacía para aprovecharse sanamente de la ignorancia de la gente de esa épocas. Habían tres historias que le pedía me contara una y otra vez, del muñeco vestido de frac que engancho en una vara larga detrás de su taller, de cómo asustaron a los Pinto y de cuando se disfrazo de fantasma para asustar a los niños que jugaban hasta tarde en la noche en el Rabo del Buey. Las contaba con tal picardía y uso de la palabra que para mí era como si las viviera una y otra vez. Cuanto siento no haberlo grabado con una de esas grabadoras de audio que estaban disponibles antes de que perdiera contacto con este mundo gracias a la arterioesclerosis, posiblemente Alzheimer si se hubiera diagnosticado hoy en día.

También me contaba como había enamorado a María mi abuela. Porque a él, le gustaban las mujeres blancas y como se le notaba en el bigote las diminutas gotas de  sudor como perlas nacaradas.

Le gustaba la política y conoció muchos de los próceres que vivieron en esa época pero no puedo recordar quienes. Sé que participaba en los mítines del Partido Popular pero nunca lo vi personalmente.   

Una anécdota que recuerdo era que me enviaba a comprar una libra de pan, de ese que se comía en Quebradillas cuando era niño. Picaba el pan por la mitad y lo untaba con aceite de oliva Betis, sal y ajo. Lo calentaba en un sartén y me invitaba a comerlo. Aunque varias de sus hijas y a veces Arnaldo estaban en la casa no recuerdo que lo compartirá con ellos. Lo comíamos los dos y luego muy serio me decía “ahora no puedes irte a jugar a la finca de Don Tin Chaves y meterte de los arboles como te gusta hacer. Si lo haces se te va a virar la cara”, Esto lo decía con gran seriedad como si fuera pura ciencia, yo se lo creía y ni me atrevía a moverme del lado de él en buen rato. Quizás era una treta que usaba para que no me fuera de su lado.

Como casi todo el mundo en mi familia, no era cariñoso. El afecto lo demostraba de otras formas, pero abrazos, caricias, besos o palmadas en la espalda nada que ver. El contacto físico no era lo suyo.

Por alguna razón misteriosa podía intuir el futuro, especialmente las desgracias. A finales de los años cincuenta Guicho había comprado un Ford del 1953 y lo había pintado, tapizado y arreglado con la ayuda de Vitin, Puede que Papo haya hecho algo pero lo dudo, ese al igual que yo tiene dos manos izquierdas. El carrito quedo en muy buenas condiciones y fue nuestro primer auto y uno de los primeros en la calle Rafols. Pronto la situación de nosotros mejoro y Guicho se compro un Buick Special del 1958 y también se quedo con el Ford. Mi tío Miguel, esperanza de Don Juan para continuar el apellido, se enamoro del Ford y se ofreció a comprarlo. Don Juan se entero y vino a hablar con Guicho para que no le vendiera el carro a Miguel porque eso sería una desgracia. Miguel, presagio Don Juan moriría en un accidente en ese carro. Larga es la historia y paro de contarla. Un viernes o sábado en la noche Miguel murió en un accidente a pocos metros de la casa. Don Juan y Nilda Mejías, mi hermana del corazón, lo atendieron cuando ya estaba muerto.

Conocí personas y hasta una familia que le agradecían a Don Juan haber curado a algún familiar con sus prácticas espiritistas o mejor dicho espiritualistas. Tenía un círculo de amigos que se reunía secretamente en círculos de oración a invocar no se qué cosas. A mí nunca me conto nada de esto, lo sé porque se lo oí contar a personas de su época que conocí de niño. De hecho Papo, que se las arreglo para quedarse en la casa de los abuelos y que para cuidar a Don Juan, cuenta que una noche lo vio luchar con una presencia espiritual.

Su pasión era la música. Tocaba rústicamente la guitarra, lo suficiente para acompañarse y cantar aquellas melodías de principios del siglo XX que tanto le gustaban. Negro Soy Pero Te Quiero, El Susto que Yo Pase La Noche Después del Fuego, Tengo Taranto Tango Tengo Taranto Te y otras que ya no me acuerdo. Se las daba de compositor y escribió algunas canciones y aguinaldos. Yo personalmente lo vi escribiendo en una libreta un aguinaldo navideño. Penosamente creo que no queda nada que documente sus composiciones. El único que se sabía las canciones de Don Juan era Baby Luciano y desgracidamente murió hace poco. Un domingo en la tarde Vitin me invito al negocio de la jueza en San Antonio porque le hacían algún reconocimiento a Baby. Esa tarde Baby nos canto una sencilla canción que Don Juan le había escrito a Maria nuestra abuela y asi se titulaba la canción Maria. No recuerdo la letra pero sí que era un canto de amor, quizás un grito desesperado del alma a esa mujer que el amaba. Ni Vitin ni yo la habíamos escuchado antes de ese día. Los dos nos emocionamos y creo que se nos salieron las lagrimas.

De esa faceta de Don Juan conservo con especial agrado la letra de una canción que un amigo suyo de apellido Molinari le escribió a su novia al despedirse para buscar nuevos horizonte en Nueva York. Muchas veces he tenido que corregir a algún trovador Quebradillano que aprendió la canción de Don Juan y se la atribuye como su compositor. A Don Juan tal plagio le hubiera resultado vergonzoso. La canción más o menos decía “Yo vengo en esta noche, tranquila y serena tan solo para darte mi eterna despedida. No creas que voy solo. Tu espíritu camina. Delante de mis pasos con puro resplandor”. Don Juan la cantaba con un repique en las vocales que a mí me encantaba.

Mi madre y Don Juan tenían una relación extraña. Doña Luz decía que había sido un padre recio, no muy cariñoso, distante y algo tacaño. Pero por alguna razón Don Juan acudía a Doña Luz por consejo y le hacía caso. Cada vez que algún problema familiar lo preocupaba bajaba del Rabo del Buey seguido de Arnaldo, su único hijo después de la muerte de Miguel, hasta nuestra casa. (Esa estampa de Don Juan caminando con Arnaldo siempre unos pasos atrás, nunca juntos sigue viva en mi memoria. ¿Porque guardaban esa distancia? ¿Respeto al padre? Solo Dios sabrá.)  Entraba como un huracán lleno de furia y con su verbo poético disparaba su arenga y esperaba silencioso el juicio de su hija mayor. Según llegaba se iba, más tranquilo y resuelto. ¿Que poder le adjudicaba a su hija para rendirle tal tributo?

Podría seguir escribiendo, pero terminaré contando que una noche a mediados de los años setenta estaba con Doña Luz en la terraza y llego Don Juan igual que lo conté anteriormente. Al abrir la puerta para y se viro para dirigirse a Arnaldo en voz alta dijo “Arnaldo amarra los caballos” Mire a Doña Luz sorprendido. Don Juan se acerco a mi madre y le refirió un problema con una señora de la cual no puedo recordar el nombre pero que se había muerto mucho antes de yo nacer. Recibió el consejo que vino a buscar, giro sobre sus pies y se fue. Pregunte ¿Qué le pasa a Don Juan? Arterioesclerosis fue la respuesta.

Se deterioro rápidamente y hasta tuvieron que encerrarlo en su casa. Ya no quise verlo más. Yo era muy joven y no estaba preparado para verlo en esas condiciones. Ese ya no era el Don Juan que amaba.    

  


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