domingo, 18 de diciembre de 2016

Wiso William Hernández Donate AUTOR




“Yo soy el final, tú eres el comienzo…”

Un diciembre de hace ya algunos años unos amigos nos recomendaron visitar el Encuentro de Santeros de Orocovis. Hasta el momento nunca habíamos escuchado de tal evento pero buscando sana diversión a la vez que crecer, culturalmente hablando, aceptamos con gusto la sugerencia y hacia Orocovis la emprendimos. Eso, a pesar de que nuestro hijo, gracias a su espíritu inquieto, se encontraba con una rodilla herida y tendría que soportar estoicamente el día de trajines e incomodidades.
Tuvimos la dicha de participar de una muy amena introducción al arte de la talla de santos nada más y nada menos que de boca del propio Celestino; autor y padre de tan noble tradición. Nuestros ojos y mentes no atinaban posarse sobre ninguna pieza en particular; la variedad, colorido, temática, estilos e interpretaciones muy personales de los santos resultaban abrumadoras. En nada ayudaba la distracción que me provocaban aquellas manos toscas, con aquellas sortijas de corozo que parecían enroscadas en las arrugas de unos  dedos cortos de descuidadas uñas.  Tuvimos que sosegarnos pues comprendimos que en tal estado no podríamos internalizar y sentir aquella experiencia que fuimos a buscar.
Salimos del museo y disfrutamos  de la trova encendida de aquel día. El ambiente era de camaradería y solidaridad, como si se tratase de una reunión fraternal de conocedores, talladores y si por qué no admitirlo, me incluyo, de ignorantes del tema que ante nosotros se desplegaba en  todo su esplendor y colorido.
Supimos de la tradición del relevo de la bandera hasta el alto mangó. Los niveles de patriotismo e identificación con nuestras tradiciones de pueblo estaban en su punto máximo. Se percibía una atmosfera mágica, recuerdo el golpe que me causó el haberme encontrado con un viejo compañero de la UPI, no por el encuentro sino por enterarme de que como profesional se había preparado para ser  curador de libros en el Archivo Histórico de Puerto Rico. Me sentí humillado al pensar que cómo era posible que considerándome un amante de  los libros, y muy particularmente de los libros antiguos, nunca se me hubiera ocurrido que alguien tenía que dedicarse a cuidar de la salud y bienestar de ellos. Que noble profesión aquella.
Pero ese golpe era solo el presagio de lo que nos venía encima; la magia apenas comenzaba su ataque. Mi naturaleza curiosa me hizo fijarme en algo muy particular y diferente a todo lo que había visto hasta el momento. Al cruzar la calle, debajo de la sombra de un árbol amigo atisbé un niño tallando, su concentración era tanta que parecía tener el ceño permanentemente fruncido. No parpadeaba, no se le notaba respirar, movía solamente la rudimentaria navaja con la que trabajaba su pieza. Tal fue la impresión que en mi causó la estampa que aquel niño representaba, que decidí cruzar la calle y acercármele. Corrijo, no lo decidí racionalmente, aquel niño atrajo mi atención de manera inusual.  Al llegar ya muy cerca de él me percato de que a su lado está sentada  una joven señora, de inmediato intuí que sería su mamá. Posé mis ojos en ella y me pareció demasiado familiar aquella cara. Le pregunté “¿Pero Chele, este niño es tuyo?” El niño, absorto en su talla, nunca levantó la vista.
Ahí conocí a Luis (Wiso) Franqui Lasalle, un tímido niño que debutaba en el encuentro, así como debutaba mi familia y naturalmente yo, en aquel feliz encuentro.  ¿Encuentro de qué, de quiénes? El tiempo se encargaría de contestar esto. Pero volvamos a la escena…observé con detenimiento y aun desconociendo por completo las artes de la talla de santos pude observar unos atisbos de brillantez en la forma en que manejaba su cuchilla, las líneas que seguía, producto de su intuición, pero más que nada el nivel de concentración que exhibía. Hasta un total ignorante como yo sabría que si alguien la emprendía contra un pedazo de madera con la concentración y entrega con que lo hacia aquel niño, sería casi imposible que no se desarrollara en un maestro de la talla.
La fiesta de ese día terminó,  los avatares de la vida distrajeron mi atención en otras direcciones. Escuché de tanto en tanto de  que aquel niño había proseguido con su talla. Vi algunas de sus tallas en casas de amigos, escuché y  pude apreciar su progreso pero nunca coincidí con él. Luego, gracias a Juan Carlos, su primo, que me presenta a su hermana Meche, es que conecto con él finalmente. Volví a encontrarme con el niño del ceño fruncido pero hecho ya un portento de hombre. Esta vez me miró a los ojos y finalmente nos conocimos. Me recibió en su casa, me sentí como en la mía desde que llegué. Su esposa, quien hace honor a su nombre,  Angélica, me recibió como se recibe a un tío muy querido.
No podía, y aún me cuesta, relacionar aquel principiante que por primera vez vi en el  encuentro, con este maestro de la talla que hoy, gracias a su ejecutoria, goza del prestigio, respeto y reconocimiento de los expertos en la materia así como de sus pares. 
Indagando sobre su vida me entero de que comenzó en las artes de modo un tanto atropellado; debía mejorar una nota y le asignaron un proyecto de reyes. Trató el barro pero le resultó muy frágil, recurrió al tío Mando para unos pedazos de madera, preparó una rústica cuchilla de un pedazo de segueta. Talló como pudo y cumplió con el proyecto y ahí pareció quedar el asunto.
Un tiempo después su cuñado Oscar encuentra en el patio de la casa un rey de palo, lo examina, pregunta por su procedencia y al enterarse que había sido Wiso no titubeó en comprarle las primeras cuchillas e introducirlo al majó. Lo que el niño talló fue a parar a las manos de Celestino Avilés por mediación de Oscar, la impresión de Celestino fue tal que la invitación a Wiso al Encuentro de Santeros no se hizo esperar. El viejo tallador recibió personalmente a Wiso, lo examinó como artista y como persona y sentenció “Yo soy el final, tú eres el comienzo”.
Tengo que pensar que el año de 2016 ha sido para Wiso uno muy particular, al momento en que escribo ha ganado 14 primeros lugares en concursos de talla en vivo. Sus trabajos son altamente apreciados y valorados entre los conocedores.  Y me entero de que ha sido elegido para ser homenajeado con la dedicación del Encuentro de Santeros de Orocovis 2016.  Que causalidad tan maravillosa…que magia.
He estado cerca de él por algún tiempo. He pensado mucho en el niño, en Wiso, y me he preguntado muchas veces ¿qué hubiese pasado con él si su familia inmediata y un ejército de ángeles, aquí distingo a Angélica, no le hubiesen apoyado?
Estas líneas tienen el objeto no solo de hablar y destacar al artista y ser humano que es Wiso, quien da cátedra de  tallador, pero más aún de tener el corazón   más grande que jamás he visto en un artista. Quisiera reconocer y agradecer a todos los que creyeron en él, que le apoyaron, que le retaron, que le exhortaron a seguir adelante y a expresar su talento a su manera.
Hoy tengo el privilegio de disfrutar de la amistad de aquel niño aprendiz convertido hoy en maestro de maestros,  gracias a esos ángeles y gracias por su propia entrega sin condición.
Que sirva esto no solo para reconocer como lo hemos hecho, a Wiso y sus ángeles,  si no para despertar la conciencia de aquellos que pueden apoyar, exhortar y patrocinar a otros “Wisos” que de seguro sueñan con convertirse algún día en maestros de esta envergadura.

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