“Yo soy el final, tú eres el
comienzo…”
Un diciembre de hace ya algunos años unos amigos nos recomendaron
visitar el Encuentro de Santeros de Orocovis. Hasta el momento nunca habíamos escuchado
de tal evento pero buscando sana diversión a la vez que
crecer, culturalmente hablando, aceptamos con gusto la sugerencia y hacia
Orocovis la emprendimos. Eso, a pesar de que nuestro hijo, gracias a su
espíritu inquieto, se encontraba con una rodilla herida y tendría que soportar
estoicamente el día de trajines e incomodidades.
Tuvimos la dicha de participar de una muy amena introducción al arte
de la talla de santos nada más y nada menos que de boca del propio Celestino;
autor y padre de tan noble tradición. Nuestros ojos y mentes no atinaban
posarse sobre ninguna pieza en particular; la variedad, colorido, temática,
estilos e interpretaciones muy personales de los santos resultaban abrumadoras.
En nada ayudaba la distracción que me provocaban aquellas manos toscas, con
aquellas sortijas de corozo que parecían enroscadas en las arrugas de unos dedos cortos de descuidadas uñas. Tuvimos que sosegarnos pues comprendimos que
en tal estado no podríamos internalizar y sentir aquella experiencia que fuimos
a buscar.
Salimos del museo y disfrutamos de la trova encendida de aquel día. El
ambiente era de camaradería y solidaridad, como si se tratase de una reunión
fraternal de conocedores, talladores y si por qué no admitirlo, me incluyo, de
ignorantes del tema que ante nosotros se desplegaba en todo su esplendor y colorido.
Supimos de la tradición del relevo de la bandera hasta el alto
mangó. Los niveles de patriotismo e identificación con nuestras tradiciones de
pueblo estaban en su punto máximo. Se percibía una atmosfera mágica, recuerdo
el golpe que me causó el haberme encontrado con un viejo compañero de la UPI,
no por el encuentro sino por enterarme de que como profesional se había
preparado para ser curador de libros en
el Archivo Histórico de Puerto Rico. Me sentí humillado al pensar que cómo era
posible que considerándome un amante de
los libros, y muy particularmente de los libros antiguos, nunca se me
hubiera ocurrido que alguien tenía que dedicarse a cuidar de la salud y
bienestar de ellos. Que noble profesión aquella.
Pero ese golpe era solo el presagio de lo que nos venía encima; la
magia apenas comenzaba su ataque. Mi naturaleza curiosa me hizo fijarme en algo
muy particular y diferente a todo lo que había visto hasta el momento. Al
cruzar la calle, debajo de la sombra de un árbol amigo atisbé un niño tallando,
su concentración era tanta que parecía tener el ceño permanentemente fruncido.
No parpadeaba, no se le notaba respirar, movía solamente la rudimentaria navaja
con la que trabajaba su pieza. Tal fue la impresión que en mi causó la estampa
que aquel niño representaba, que decidí cruzar la calle y acercármele. Corrijo,
no lo decidí racionalmente, aquel niño atrajo mi atención de manera inusual. Al llegar ya muy cerca de él me percato de que
a su lado está sentada una joven señora,
de inmediato intuí que sería su mamá. Posé mis ojos en ella y me pareció
demasiado familiar aquella cara. Le pregunté “¿Pero Chele, este niño es
tuyo?” El niño, absorto en su talla, nunca levantó la vista.
Ahí conocí a Luis (Wiso)
Franqui Lasalle, un tímido niño que debutaba en el encuentro, así como debutaba mi familia y naturalmente yo, en aquel
feliz encuentro. ¿Encuentro de qué, de quiénes? El tiempo se
encargaría de contestar esto. Pero volvamos a la escena…observé con
detenimiento y aun desconociendo por completo las artes de la talla de santos
pude observar unos atisbos de brillantez en la forma en que manejaba su
cuchilla, las líneas que seguía, producto de su intuición, pero más que nada el
nivel de concentración que exhibía. Hasta un total ignorante como yo sabría que
si alguien la emprendía contra un pedazo de madera con la concentración y entrega
con que lo hacia aquel niño, sería casi imposible que no se desarrollara en un
maestro de la talla.
La fiesta de ese día terminó,
los avatares de la vida distrajeron mi
atención en otras direcciones. Escuché de tanto en tanto de que aquel niño había proseguido con su talla.
Vi algunas de sus tallas en casas de amigos, escuché y pude apreciar su progreso pero nunca coincidí
con él. Luego, gracias a Juan Carlos, su primo, que me presenta a su hermana
Meche, es que conecto con él finalmente. Volví a encontrarme con el niño del
ceño fruncido pero hecho ya un portento de hombre. Esta vez me miró a los ojos
y finalmente nos conocimos. Me recibió en su casa, me sentí como en la mía
desde que llegué. Su esposa, quien hace honor a su nombre, Angélica, me recibió como se recibe a un tío
muy querido.
No podía, y aún me cuesta,
relacionar aquel principiante que por primera vez vi en el encuentro,
con este maestro de la talla que hoy, gracias a su ejecutoria, goza del
prestigio, respeto y reconocimiento de los expertos en la materia así como de
sus pares.
Indagando sobre su vida me
entero de que comenzó en las artes de modo un tanto atropellado; debía mejorar
una nota y le asignaron un proyecto de reyes. Trató el barro pero le resultó
muy frágil, recurrió al tío Mando para unos pedazos de madera, preparó una
rústica cuchilla de un pedazo de segueta. Talló como pudo y cumplió con el
proyecto y ahí pareció quedar el asunto.
Un tiempo después su cuñado
Oscar encuentra en el patio de la casa un rey de palo, lo examina, pregunta por
su procedencia y al enterarse que había sido Wiso no titubeó en comprarle las
primeras cuchillas e introducirlo al majó. Lo que el niño talló fue a parar a
las manos de Celestino Avilés por mediación de Oscar, la impresión de Celestino
fue tal que la invitación a Wiso al Encuentro de Santeros no se hizo esperar.
El viejo tallador recibió personalmente a Wiso, lo examinó como artista y como
persona y sentenció “Yo soy el final, tú eres el comienzo”.
Tengo que pensar que el año
de 2016 ha sido para Wiso uno muy particular, al momento en que escribo ha ganado
14 primeros lugares en concursos de talla en vivo. Sus trabajos son altamente
apreciados y valorados entre los conocedores.
Y me entero de que ha sido elegido para ser homenajeado con la
dedicación del Encuentro de Santeros de Orocovis 2016. Que causalidad tan maravillosa…que magia.
He estado cerca de él por
algún tiempo. He pensado mucho en el niño, en Wiso, y me he preguntado muchas
veces ¿qué hubiese pasado con él si su familia inmediata y un ejército de ángeles,
aquí distingo a Angélica, no le hubiesen apoyado?
Estas líneas tienen el
objeto no solo de hablar y destacar al artista y ser humano que es Wiso, quien
da cátedra de tallador, pero más aún de
tener el corazón más grande que jamás
he visto en un artista. Quisiera reconocer y agradecer a todos los que creyeron
en él, que le apoyaron, que le retaron, que le exhortaron a seguir adelante y a
expresar su talento a su manera.
Hoy tengo el privilegio de
disfrutar de la amistad de aquel niño aprendiz convertido hoy en maestro de
maestros, gracias a esos ángeles y
gracias por su propia entrega sin condición.
Que sirva esto no solo para
reconocer como lo hemos hecho, a Wiso y sus ángeles, si no para despertar la conciencia de
aquellos que pueden apoyar, exhortar y patrocinar a otros “Wisos” que de seguro
sueñan con convertirse algún día en maestros de esta envergadura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario