lunes, 28 de enero de 2013

Casa de Papá y Mamá


                                                Añoranza

 

 

Junto al brocal de un aljibe añejo, de esos que pierden la juntura de la torta con las paredes formando un gran tapa, mi hermano y yo asomados hasta el cuello viendo aquel animalito a quien habíamos castigado a nadar sin parar, como castigo dantesco por su parecido a aquella serpiente grotesca que nos quito la amistad con la divinidad, inyectándole a toda la raza humana un llamado pecado original que nadie entiende.  El agua ya de un color oscuro, llena de hojarasca de periplanetas (cucarachas) de todos tamaños moviéndose en  un baile  sanbeniteño, sin ton ni son, con aquel único ojo negrusco, con márgenes de un amarillo claro y con dos largas mótiles antenas, husmeando en cada parada, haciéndose las tranquilas al   inadvertidamente llegar a donde Vitín y Papo se encontraban.  Aquellas agua que llamaban dulces para separarlas de la recién agua de leche adulterada que nos venia del pueblo de los gallitos (Isabela), habían sido nuestro sostén por largos años.  Se usaban en todos los menesteres del hogar, desde temprano en la mañana hasta terminar en la tarde en aquel lavado tipo palangana a que nos sometía nuestra madre.  Muchos en el vecindario odiaban aquella agua blancuzca con olor a insecticida, y guardaban provisiones para el riego de sus plantas y para la preparación de comidas y bebidas.  Miedo a que aquella agua nos envenenara la existencia .Pasábamos gran rato observando e imaginando un  océano .No nos llevaban a  la playa y el mar escasamente lo veíamos siempre de lejos.  Un familiar había muerto en las aguas del Pastillo y ello podía repetirse.  Teníamos nuestro mar al que agitábamos con un cubo para producirles aquellas marejadas, que movían los pedazos de madera recién traídos  de la ebanistería de mi padre, semejando carabelas, yolas, grandes navíos.  Luego de cansados nos acercábamos a aquella bomba de cara de pato pascual con sombrero de marino, le agitábamos la cinta del sombrero para ver si se acordaba de aquellos tiempos en que nos proporcionaba aquella agua rica de trincallos, pero dulce y refrescante en una escala de calidad un poco menor a la recién caída del tercero cielo. Seguían los escalones y arribamos a una estrecha galería  cuyas paredes  eran las del aljibe y las de la cocina con un techo de zinc acanalado sostenido por gruesos troncos de ah subo o moraron, llenos de clavos doblados, intentos fallidos de  penetrar sus profundidades.  Allí descamisados nos tarábamos al suelo y dando volteretas preemitíamos que la galería nos robara el fuego de nuestros cuerpos, dándonos aquel refrescante alivio que produce el cemento a la sombra.  La galería era exclusiva de mi hogar, había terrazas y corredores en  el vecindario pero no galerías.  Los sábados cuando con aquel jabón azul y el cepillo de madera frotábamos su suelo, yo observaba aquellos minúsculos granos de todos los colores que la formaban.  Era bellísima .También terrible.  Saliendo del plural y metiéndome en el singular.  Era un salón de clase de la época de la inquisición, allí pase trescientos años a la luz de un Torquemala o Caballero de Santiago.  La dichosa escuela me tenía jarto. Me quitaba la libertad. Lo único que veía como bueno era el corto recreo donde practicaba a ser Flash Gordon, Tarzán o Superman.  Como era flacucho y endeble, era un corto personaje principal.  Temía a las tres de la tarde .No era bueno, ni aún lo soy .Mal estudiante casi fracasé en aritmética y el dichoso idioma  me causaba apendicitis.  Mi madre maestra no titulada me esperaba.  Tenía que pagar el mal que había hecho primero.  Aqui entraba la galería, convertida en aula, o qué se yo, potro de los tormentos.  Ahora a mi querida galería la odiaba, le deseaba que se partiera en pedazos y que se "jundiera" en las pilas del infierno. No entendía el bien que  mi madre nos estaba proporcionando.  Aprendí las tablas de aritmética, algo de acentuación, nunca  dominé el signo de admiración a pesar que vivido en una constante sorpresa.  Mi aljibe, mi galería, cuanto las extraño, tanto bien en mi produjeron, cuantas cosas allí me pasaron, que no bastarían miles de libros para contarlas (¿Dónde yo habré leído esto?).  (Basta con este bocadillo).Buenos tiempos aquellos en la vecindad de la calle Rafols, no hay lugar que allí no evoque recuerdos hermosos y también dolorosos.  La vida  es como el”” sube y baja”” a veces estamos en la altura y muchas más veces en la bajura.

 

 

 

 

 

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