Añoranza
Junto al brocal de un
aljibe añejo, de esos que pierden la juntura de la torta con las paredes
formando un gran tapa, mi hermano y yo asomados hasta el cuello viendo aquel
animalito a quien habíamos castigado a nadar sin parar, como castigo dantesco
por su parecido a aquella serpiente grotesca que nos quito la amistad con la
divinidad, inyectándole a toda la raza humana un llamado pecado original que
nadie entiende. El agua ya de un color
oscuro, llena de hojarasca de periplanetas (cucarachas) de todos tamaños moviéndose
en un baile sanbeniteño, sin ton ni son, con aquel único
ojo negrusco, con márgenes de un amarillo claro y con dos largas mótiles
antenas, husmeando en cada parada, haciéndose las tranquilas al inadvertidamente llegar a donde Vitín y Papo
se encontraban. Aquellas agua que
llamaban dulces para separarlas de la recién agua de leche adulterada que nos
venia del pueblo de los gallitos (Isabela), habían sido nuestro sostén por
largos años. Se usaban en todos los
menesteres del hogar, desde temprano en la mañana hasta terminar en la tarde en
aquel lavado tipo palangana a que nos sometía nuestra madre. Muchos en el vecindario odiaban aquella agua blancuzca
con olor a insecticida, y guardaban provisiones para el riego de sus plantas y
para la preparación de comidas y bebidas.
Miedo a que aquella agua nos envenenara la existencia .Pasábamos gran
rato observando e imaginando un océano
.No nos llevaban a la playa y el mar
escasamente lo veíamos siempre de lejos.
Un familiar había muerto en las aguas del Pastillo y ello podía
repetirse. Teníamos nuestro mar al que
agitábamos con un cubo para producirles aquellas marejadas, que movían los
pedazos de madera recién traídos de la
ebanistería de mi padre, semejando carabelas, yolas, grandes navíos. Luego de cansados nos acercábamos a aquella
bomba de cara de pato pascual con sombrero de marino, le agitábamos la cinta
del sombrero para ver si se acordaba de aquellos tiempos en que nos
proporcionaba aquella agua rica de trincallos, pero dulce y refrescante en una
escala de calidad un poco menor a la recién caída del tercero cielo. Seguían
los escalones y arribamos a una estrecha galería cuyas paredes
eran las del aljibe y las de la cocina con un techo de zinc acanalado
sostenido por gruesos troncos de ah subo o moraron, llenos de clavos doblados, intentos
fallidos de penetrar sus profundidades. Allí descamisados nos tarábamos al suelo y
dando volteretas preemitíamos que la galería nos robara el fuego de nuestros
cuerpos, dándonos aquel refrescante alivio que produce el cemento a la sombra. La galería era exclusiva de mi hogar, había
terrazas y corredores en el vecindario
pero no galerías. Los sábados cuando con
aquel jabón azul y el cepillo de madera frotábamos su suelo, yo observaba aquellos
minúsculos granos de todos los colores que la formaban. Era bellísima .También terrible. Saliendo del plural y metiéndome en el
singular. Era un salón de clase de la
época de la inquisición, allí pase trescientos años a la luz de un Torquemala o
Caballero de Santiago. La dichosa
escuela me tenía jarto. Me quitaba la libertad. Lo único que veía como bueno
era el corto recreo donde practicaba a ser Flash Gordon, Tarzán o Superman. Como era flacucho y endeble, era un corto
personaje principal. Temía a las tres de
la tarde .No era bueno, ni aún lo soy .Mal estudiante casi fracasé en
aritmética y el dichoso idioma me
causaba apendicitis. Mi madre maestra no
titulada me esperaba. Tenía que pagar el
mal que había hecho primero. Aqui
entraba la galería, convertida en aula, o qué se yo, potro de los tormentos. Ahora a mi querida galería la odiaba, le
deseaba que se partiera en pedazos y que se "jundiera" en las pilas
del infierno. No entendía el bien que mi
madre nos estaba proporcionando. Aprendí
las tablas de aritmética, algo de acentuación, nunca dominé el signo de admiración a pesar que
vivido en una constante sorpresa. Mi
aljibe, mi galería, cuanto las extraño, tanto bien en mi produjeron, cuantas
cosas allí me pasaron, que no bastarían miles de libros para contarlas (¿Dónde
yo habré leído esto?). (Basta con este
bocadillo).Buenos tiempos aquellos en la vecindad de la calle Rafols, no hay
lugar que allí no evoque recuerdos hermosos y también dolorosos. La vida
es como el”” sube y baja”” a veces estamos en la altura y muchas más
veces en la bajura.
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