lunes, 28 de enero de 2013

Grandes en La Biología de P.R

                                                     Colosos

 

            No hace mucho se discutía entre estudiantes y maestros, aquellas especies de grandes hombres de ciencia que han querido entrañablemente a nuestra tierra, dándole casi toda su existencia, no sólo en tiempo sino en aportaciones logradas de sus respectivas investigaciones. Gente grande que no ha tomado casi descanso, que todo su tiempo lo ha dedicado a los jóvenes, a los menos jóvenes y hasta los viejos. Mencionamos a los que pasaron a una nueva vida, que para algunos sería el limbo de los judíos, seno de Abraham o el Hades de los griegos. Las personas que se mencionaron eran de apellidos tan emocionantes como el de José Vivaldi, un joven experto de las Malpigiáceas, que luego de la primera guerra Iraní, nos dejó con una nueva malpighia, muy vieja con nombre ajeno, que entre nosotros llamamos acerola; allá por el norte y por acá por el oeste le basta el apelativo de cereza. Vale señalar que sólo tenemos dos cerezos en la isla. También a los mayores ya desaparecidos. Incluimos entre ellos al Dr. Gustavo Candelas, al Dr. Ismael J. Vélez, al Dr. Alexis Molinary, y a Don José A. Ramos. Algunos otros por ser más antiguos no los recuerdo. Aquí torcimos la tertulia para incluir a las especies en peligro que nos quedan. Empezamos con los extranjeros. Mencionamos tres especies exóticas que ya no están con nosotros: al Dr. Roy O. Woodbury, al Dr. Henri Liogier y al Dr. George Proctor. Realmente ya son mayores. ¡Cuánto han trabajado para que otros vean más claro el compromiso serio del ser humano por preservar y proteger a lo que Dios entrega en usufructo al hombre! Roy está enfermo. Proctor en la Isla Caimán repasando la flora que una vez describió y Henri en el estado de Tejas, dándole de a de veras a lo que falta por completar (junto a su esposa Perpha), de la flora de Cuba y La Hispaniola. Ángeles enviados para nuestro bien.

            De ahí pasamos a los vivos que están en la isla. Vinieron a nuestra mente tres grandes colosos, también plantados en los 80 y algo más. ¡Qué tres seres Sr. Dios del Universo! Dos son académicos y otro es hombre de hojarascas. El primero es de Isabela de la región del Pastillo, le conocemos con el nombre de Dr. Manuel J. Vélez. Ha trabajado toda su vida entre seres sin columna vertebral, ha protegido lo que casi nadie mira, lo no aparece en ningún estudio de impacto ambiental, vamos a ser honesto lo que salió de aquella caja de Pandora. En su honor lleva el nombre el Museo Natural de Biología. El segundo es también mosquetero, vino allá para los 40. Es el Dr. Frank H. Wadsworth quien le tomó tanto gusto a nuestra Isla que no me atrevería llamarlo estadounidense. Se le ha metido tan profundo el sentir de nuestro pueblo que está tan genuinamente manchado con la savia del plátano. Nació con el lápiz y la libreta en la mano. No hay un bosque en nuestra isla que él no haya intervenido en su manejo. Es una persona humilde, se mantiene en silencio mientras los demás hacen bravatas de lo que se debe hacer por el ambiente. Con la tranquilidad del sabio ofrece lo que es oportuno lo que en verdad conviene. Amoroso con la juventud ha mantenido el espíritu del escutismo en nuestra Isla. Sin él y un Don Manuel, el del lago, quien sabe lo que hubiese pasado con esa juventud deseosa de servir a su patria en forma honorable. No le ha sido fácil convencer al gobierno de los distintos proyectos que borbotean en su cabeza. Es él, el de la idea, para quien cada pueblo debe tener un lugar reservado para la contemplación para la naturaleza, que le sirva a las escuelas para despertar en los niños el amor por el patrimonio natural. Un lugar de entrega, de solaz, que sea ese pulmón que renueve nuestra sangre y garantice que no se padecerá de sed; que sea habitáculo de animales, protegidos de la cacería que le dan los humanos.

            El tercero de la lista es un profesor que nunca se ha quitado su gabán. Tiene en tan alta estima su profesión que no creo haber en la Isla un paragnón tal. Se llama Juan y se apellida Rivero. Es profesor distinguido de la Universidad de Puerto Rico, radicado en el Recinto Mayagüez. Más de cincuenta y tantos años sirviendo a su patria como profesor de tantas asignaturas. Son innumerables los proyectos que de su mente han salido a la realidad. No le bastó el primer Colegio de Ciencias Marinas, también se gestó en su obra la creación de un parque zoológico. En el pasado fue uno de los exploradores del Amazonas. A través de un libro maravilloso cuenta las tantas peripecias que sufrió su grupo desentrañando los misterios de ese mundo del tepui, de las cascadas, de los reptiles y anfibios, de lo extraño y maravillosa que es la selva. Es como un Borges, tiene mente elefantina, mente de Laberinto, si no fuera anacrónico, mente de Enciclopedista. Saca de su cabeza en forma amena e interesante los más complejos conceptos de la genética, de la evolución, de la herpetología. Domina la horticultura. Es la autoridad en anfibios de Venezuela y Puerto Rico. Es poeta, de los buenos, poesías inéditas comparables a las de nuestros mejores poetas. Es tan generoso en tantos informes que aquí no cabría lista para enumerarlos. Ha escrito de todo lo que sea ciencia. Es cuidadoso y perfeccionista. También un buen conversador, ameno, interesante, sencillo en el hablar. Vale la pena estar un rato junto a él saboreando un exquisito invento culinario de su ferviente esposa Doña Eneida.
            Aquí terminamos la tertulia y nos quedamos pensativos. ¿Habrá entre los jóvenes quien pudiera ocupar el espacio vital de estas tres grandes joyas, de estas tres especies críticas y en peligro de extinción? Creo que no será fácil. Damos gracias a Dios por estos regalos por estos colosos, que tantas mentes han beneficiado

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